En Tucumán y en toda la Argentina, se multiplican las candidaturas testimoniales: simulacros de representación que vacían de sentido al voto ciudadano. Por Sebastián Gil Olivares.
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Foto. @sebastian.gilolivares |
Una costumbre inmoral que se institucionaliza
Lo voy a decir sin rodeos: las candidaturas testimoniales son una trampa. Una estafa planificada. En Tucumán, como en el resto del país, vemos cómo se postulan personas que no tienen ninguna intención real de asumir el cargo para el que piden el voto. Y lo hacen con total descaro.
Estos “candidatos de utilería” no quieren representar a nadie. Solo sirven para decorar boletas, arrastrar votos, sumar bancas para el partido o sostener internas con olor a naftalina. Mientras tanto, el ciudadano común es usado como una pieza más en una estrategia que solo beneficia a los de siempre.
¿Quién representa a quién?
La pregunta es básica, pero dolorosa: ¿quién está ocupando el lugar que vos elegiste en el cuarto oscuro? Muchas veces, la persona que figura en primer lugar de la lista jamás asume, y en su lugar entra otro u otra, sin campaña, sin exposición, sin compromiso público. Así, el sistema se vuelve opaco y deshonesto.
Esta práctica destruye la esencia del voto como acto de confianza y participación. ¿Qué sentido tiene votar si no sabemos a quién le estamos entregando esa responsabilidad?
Una trampa legal, pero profundamente inmoral
Las candidaturas testimoniales son legales, sí. Pero eso no las vuelve legítimas. Ni mucho menos éticas. Son una trampa institucionalizada, una práctica transversal que cruza a todos los partidos políticos. Nadie se salva. Y lo más grave: ya nadie se escandaliza.
Lo que antes se hacía con vergüenza, hoy se blanquea con naturalidad. “Es una estrategia”, dicen. “Lo hacen todos”, justifican. Como si eso bastara para limpiar el cinismo.
¿Y los medios? ¿Y la oposición? ¿Y nosotros?
Los medios callan. Algunos porque son cómplices, otros porque ya se cansaron de nadar contra la corriente. La oposición calla, porque en el fondo todos lo han hecho o piensan hacerlo. Y nosotros, la ciudadanía, a veces callamos también. Por bronca. Por resignación. Por cansancio.
Pero no podemos seguir mirando para otro lado. No podemos aceptar que las elecciones se conviertan en un show vacío, con candidatos-fantasma y listas cargadas de falsedad.
El voto no es un trámite. Es un acto de dignidad.
Votar no es solo poner un papel en una urna. Es un gesto de esperanza. Es confiar en que esa persona va a poner el cuerpo, la cara y el compromiso donde dijo que lo haría. Cuando un candidato testimonial se esconde detrás de una boleta, lo que hace es burlarse de ese acto. Y eso, señores, no es estrategia. Es traición.
No es normal. No está bien. No hay que tolerarlo.
Hagamos lo que hay que hacer: denunciemos el simulacro. Señalemos a los responsables. Cuestionemos a los partidos que lo permiten. Pidamos reglas claras y candidaturas verdaderas. Porque la democracia no se defiende sola. Y si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer?
@sebastian.gilolivares
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